💾 Nuevas tecnologías: historia de una idiotización

“Nos prometieron libertad, y nos entregaron pantallas.”

Corría el año 1984 y se lanzó en España el ZX Sinclair Spectrum de 48 Kb. Era el primer “ordenador personal” para jugar y aprender BASIC. Recuerdo que en el colegio nos propusieron unas clases extraescolares para aprender a programar. Por supuesto, me inscribí. Y aprendí… más bien poco. La máquina era lo que era. El monitor era una televisión de rayos catódicos, y los programas cargaban con una cinta de cassette durante unos minutos interminables. A pesar de la novedad, ese no fue mi primer contacto con la tecnología. Antes, mis padres ya nos habían regalado una Atari 2700 a mi hermano y a mí.

De ahí pasamos al Commodore 64, que tenía sonidos polifónicos. Pero para mí no pasó de ser una consola de videojuegos más avanzada. Nunca intenté programarlo, me pareció mucho más complicada que el sencillo Spectrum. El sistema de carga seguía siendo el mismo: una cinta, un ordenador y una dosis de paciencia.

Y empecé a trabajar y a tener ingresos propios. Allá por 1988 llegó mi primer PC: un Inves con disquetera de 5,25”. Por fin tenía un monitor en color, no una televisión. Empecé a hacer mis pinitos con MS-DOS, y en apenas cuatro años había pasado de un juguete a un ordenador de verdad. Sentía que estaba a la vanguardia. Ni me imaginaba lo que estaba por venir.

Las telecomunicaciones despertaron con aquellos módems de 14400 baudios, que se conectaban por líneas analógicas de Telefónica y hacían un ruido infernal. Habíamos visto la película Juegos de Guerra, y soñábamos con ser como su protagonista: conectándonos a computadores remotos, como hackers expertos. Nada más lejos de la realidad, claro.

Después llegó internet, y los routers, y los ordenadores cada vez más potentes. Las revolucionarias disqueteras de 3,5” dieron paso a discos duros, tarjetas Sound Blaster, CDs, grabadoras de DVDs. Todo era una fiesta de bytes.

Luego vinieron las primeras PDAs, los reproductores MP3, los portátiles pesados que obligaban a llevar una maleta con ruedas… hasta que llegaron los smartphones. Redes 2G, 3G, 4G, 5G. Smartwatches, altavoces inteligentes, gafas de realidad virtual, y ahora, la última revolución: las IAs. Hoy llevamos en la muñeca más potencia que la que guiaba al Apolo 11.

Y yo me pregunto:
¿Nos hemos hecho más inteligentes al tener más tecnología?
¿O simplemente hemos delegado nuestra creatividad y esfuerzo en estos nuevos asistentes?

Si eres alguien inquieto, con ganas de aprender y explorar, las IAs pueden ser una ayuda maravillosa. Una compañera de trabajo me dijo que con ellas te convertías en un hombre del Renacimiento. Pero si prefieres que te lo den todo hecho… cada día sabrás un poco más de nada.

Voy a un restaurante a disfrutar de una buena comida y una buena charla. Me giro, y solo veo comensales mirando su teléfono entre plato y plato. Yo también lo hago, que conste. Mea culpa. En el transporte público, igual: pocos leen un libro de papel. La atención se ha convertido en moneda de cambio.

La tecnología nos ha hecho la vida más fácil, sí. Pero ¿a qué coste?

Somos más “sociales” digitalmente, pero esas redes sociales nos ofrecen likes… y muchas veces desinformación. Hoy cualquiera puede subir un vídeo viejo, decir que es actual y viralizarlo en cuestión de minutos. El nuevo periodismo se hace con el pulgar.

Y ya que hablamos de redes: reconozco que hay algunas que me echan para atrás. Nunca me he atrevido a entrar en TikTok, por sus implicaciones con el gobierno chino y el supuesto espionaje. Y X (antes Twitter) se ha convertido en un campo de batalla donde no puedes quedarte al margen: o estás conmigo o estás contra mí.

WhatsApp, Instagram… compartimos nuestra vida entera, mientras exigimos privacidad. Nos indignamos por la Ley de Protección de Datos y al minuto siguiente aceptamos las condiciones de la última app sin leer una sola línea.

Y esta es, al fin y al cabo, mi historia de idiotización tecnológica. Una historia directamente proporcional al avance de la tecnología a mi alrededor.

¿Y tú, lector?
¿Te sientes más inteligente con todas estas herramientas?
¿O notas que te estás dejando arrastrar por la comodidad, la inmediatez y el consumo sin filtro?

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