Una dura infancia
Serie: Inteligencia Criminal
Manuel Delgado Villegas nació en Sevilla el 25 de enero de 1943. Su madre falleció al dar a luz, y su padre, que se ganaba la vida durante la posguerra fabricando dulces artesanales con arrope —un líquido espeso y dulzón obtenido de los higos—, acabó dándole a su hijo el apodo que lo haría tristemente célebre: el Arropiero.
Manuel Delgado Villegas: El Arropiero, se convirtió en el mayor asesino en serie del franquismo español.
Tras la muerte de su madre, Manuel y su hermana Joaquina quedaron al cuidado de su abuela en Mataró, donde convivieron con familiares que le propinaban palizas frecuentes. Aquella violencia marcaría el carácter de Manuel, volviéndolo agresivo y desconfiado. Su padre se trasladó al Puerto de Santa María, donde rehízo su vida y se volvió a casar.
En Mataró asistió a la escuela, aunque nunca aprendió a leer ni a escribir. Sus profesores lo tachaban de “corto de entendederas”, cuando en realidad sufría dislexia y tartamudeaba al ponerse nervioso, lo que provocaba las burlas crueles de sus compañeros.
Escapada hacia adelante
A los 18 años se alistó en la Legión Española y dejó atrás el ambiente tóxico de su infancia. Allí aprendió el temido “golpe del legionario”: un movimiento seco con el canto de la mano en la tráquea, que aplastaba la glotis y dejaba a la víctima fuera de combate. Este brutal gesto se convertiría en su sello criminal.
Su paso por la Legión fue breve. No está claro si desertó o si fue declarado no apto por su adicción a la marihuana y el hachís, sumado a supuestos ataques de epilepsia que los médicos nunca lograron confirmar. Manuel utilizaba estos episodios como recurso para evadir situaciones comprometidas.
Desde 1961, vagabundeó por España, Francia, Italia e incluso Rusia, sobreviviendo mediante la mendicidad, pequeños robos, la venta de su propia sangre y la prostitución con hombres y mujeres. Tenía éxito: era bien parecido y sufría de anaspermatismo (ausencia de eyaculación), lo que le permitía mantener relaciones sexuales prolongadas. Con lo que ganaba se alquiló una vivienda en Mataró y evitó que le aplicaran la Ley de Vagos y Maleantes, aprobada en la Segunda República y endurecida por el franquismo.
Comienzan los asesinatos
El 2 de enero de 1964, algo se quebró en su mente. En la playa de Llorach (Garraf), sorprendió dormido al cocinero Adolfo Folch y le destrozó la cabeza con una piedra. Le robó la cartera y el reloj. El cadáver no apareció hasta 19 días después.
El 20 de junio de 1967, en Ibiza, acechó a una pareja bajo los efectos del LSD en un caserón abandonado. Cuando el hombre, Jules Morton —médico neoyorkino— se marchó, Manuel violó y asesinó a Margaret Helen Boudrie.
El 20 de julio de 1968, mató a Venancio Hernández, empresario de Chinchón, tras una discusión. Le aplicó su letal “golpe del legionario” y arrojó el cadáver al río Tajuña.
El 5 de abril de 1969, asesinó a Ramón Estrada, un cliente con el que discutió por el precio de los servicios sexuales. Murió del mismo golpe: el Arropiero prefería matar con sus propias manos.
El 23 de noviembre de 1969, Anastasia Borrella, una anciana de 68 años, fue su siguiente víctima. Intentó mantener relaciones sexuales con ella; al ser rechazado, la asesinó y ocultó su cadáver en un túnel. En los días siguientes practicó necrofilia con su cuerpo.
Antes de regresar a Cádiz, mató también a Natividad Rodríguez en Valencia.
En 1970, apareció el cadáver estrangulado de Francisco Martín en el río Guadalete, en El Puerto de Santa María. El inspector Salvador Ortega comenzó la investigación.
El 18 de enero de 1971, estranguló a su novia Antonia Rodríguez con sus propias medias en un descampado. Antonia era prostituta y padecía una discapacidad psíquica. Manuel también profanó su cadáver en los días siguientes.
La amistad del inspector revela al monstruo
“Era necesario establecer esos lazos para que confesara sus crímenes”
—Salvador Ortega, inspector de policía.
Durante el interrogatorio, Manuel fingió uno de sus clásicos ataques epilépticos, pero no le sirvió de nada. Ortega, que ya había ganado su confianza, consiguió que confesara no solo los asesinatos de Francisco y Antonia, sino también otros 42 más.
Ya internado en el psiquiátrico de Carabanchel, añadió otras cuatro víctimas a su relato. Los crímenes se habrían cometido tanto en España como en el extranjero, por lo que no todos pudieron investigarse. La policía dio credibilidad a 22 asesinatos, pero solo 8 pudieron probarse.
A pesar de sus confesiones, nunca fue juzgado. Su causa se archivó, y pasó el resto de su vida internado en un hospital psiquiátrico. Falleció en 1998, enfermo y adicto al tabaco. En 1993, fue entrevistado por el programa Estudio 1 de TVE, desde el hospital penitenciario de Foncalent.
La psique del asesino
Los médicos descubrieron que Manuel Delgado tenía trisomía sexual XYY. Durante años, esta alteración genética se relacionó con conductas agresivas, psicopatías y dificultades lingüísticas —como las que presentaba Manuel—. Se llegó a creer que muchos asesinos o violadores compartían este genotipo, pero los estudios actuales no son concluyentes: el 2% de los criminales presentan XYY frente al 0,01% de la población general.
Nunca los genes, por sí solos, crean un asesino.
Los psiquiatras que lo trataron coincidían: Manuel era un criminal nato, incapaz de reinsertarse. Carecía de conciencia, remordimientos y empatía. Mataba con frialdad, sin sudor, sin latido acelerado, sin parpadear.
¿Cómo se llega a la psicopatía?
Si el síndrome XYY no es determinante para transformar a un hombre en un asesino en serie…
¿cuánto influyen una infancia violenta, el abuso familiar, el bullying escolar, el rechazo social o el bajo coeficiente intelectual?
