🧠🚫 Mary Shelley: la madre de Frankenstein y de la ciencia ficción

Serie: Genios Malditos

“Vi al pálido estudiante de las artes prohibidas arrodillado junto a la cosa que había creado…”

Así describía Mary Shelley la visión que originó Frankenstein. Tenía solo 18 años. Había perdido a su madre, a su hija y vivía en el exilio romántico junto a un poeta casado. Era 1816, el “año sin verano”, y acababa de inventar un mito que cambiaría la literatura para siempre.

Una infancia entre tumbas y libros prohibidos

Nacida en 1797 como Mary Godwin, fue hija de dos figuras radicales: la pionera feminista Mary Wollstonecraft (muerta tras el parto), y el filósofo William Godwin, defensor del amor libre y enemigo del matrimonio tradicional. Mary heredó su inteligencia, su dolor y su rebeldía.

Creció rodeada de libros, ideas y contradicciones. Su madrastra —a quien siempre culpó de haberla alejado de su padre— y la sombra de su madre muerta moldearon una imaginación tan brillante como atormentada. Desde joven escribía en cementerios, soñando con la muerte y la inmortalidad.

Amor, escándalo y muerte prematura

Percy Bysshe Shelley, y Mary Sheilley escondiendo su amor en el cementerio

A los 16 años se enamoró de Percy Bysshe Shelley, un poeta casado (cinco años mayor que ella) y admirador de su padre. Su relación comenzó estuvo marcada por la clandestinidad, encontrándose en cementerios.

Pronto se fugaron a Suiza junto a su hermanastra Claire Clairmont (a su vez, amante de Lord Byron), y vivieron una vida de amor libre, pobreza, nacimientos trágicos y rechazo social.

Vivieron una bohemia trágica: sin dinero, con el rechazo de su padre y el nacimiento prematuro de una hija que murió a los pocos días, lo que sumió a Mary en una profunda depresión.

En menos de cinco años, Mary había perdido a su primera hija, a su hermana Fanny (suicidio), a dos hijos más y, finalmente, a su esposo Percy, ahogado en el mar Tirreno.

Frankenstein: nacido de un sueño, de una pesadilla

Mary Shelley, considerada por muchos como la madre fundadora de la ciencia ficción moderna, anticipó con Frankenstein los grandes dilemas éticos de la tecnología.

En el verano de 1816, refugiados en Villa Diodati (Suiza), junto al lago de Ginebra, mientras llovía sin cesar y Europa seguía sacudida por las secuelas de las guerras napoleónicas y el desastre climático del Tambora, Mary Shelley compartía veladas con Lord Byron, Polidori y su pareja. Aislados por las lluvias, el grupo leía historias de terror y Byron propuso escribir sus propios cuentos de terror. Mary sufrió días de bloque y angustia… hasta que una noche tuvo una visión vívida, una pesadilla lúcida:

“Vi al pálido estudiante de las artes prohibidas arrodillado junto a la cosa que había creado. […] Espantoso como era, porque sumamente espantoso sería cualquier esfuerzo humano para burlarse del mecanismo estupendo del Creador del mundo”.

Así nació Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), una obra que anticipó los dilemas de la bioética, la inteligencia artificial y la arrogancia científica. El verdadero horror no es la criatura, sino el abandono, la irresponsabilidad, la ciencia sin ética.

Laboratorio Dr. Frankestein con el monstruo en la camilla

El título ya lo decía todo: Prometeo desafiando a los dioses, ahora con bata blanca. El monstruo de Mary no era una aberración… sino una víctima del abandono, del rechazo y del miedo social a lo distinto. Su historia fue una crítica feroz al cientificismo sin conciencia, a la paternidad irresponsable y al poder masculino que crea sin cuidar.

Mary no solo inventó un mito literario. Inventó un nuevo género: la ciencia ficción con conciencia moral.

Una vida de genio y sombra

Durante las décadas siguientes, Mary vivió con modestia, criando al único hijo que le sobrevivió, escribiendo novelas históricas, relatos, ensayos y editando la obra de Percy Shelley, aunque su propia fama se desvaneció tras su muerte en 1851 por un tumor cerebral.

Murió perseguida por la misma sombra que la había acompañado desde su nacimiento: la muerte. Solo quedó una obra viva, que lo contenía todo: su dolor, su genio, su advertencia. Frankenstein era ella misma: una joven que había creado un monstruo tan humano que nadie quiso aceptarlo.

Genio maldito, madre de futuros dilemas

Mary Shelley fue incomprendida, ignorada y silenciada. El mundo que imaginó, sin embargo, se ha acercado a su visión. La inteligencia artificial, los experimentos genéticos y los dilemas del creador están más vivos que nunca.

En un mundo que no toleraba mujeres pensantes, ella imaginó el precio de jugar a ser dioses. Y lo pagó.

“¿Quién es el verdadero monstruo? ¿El que es creado o el que lo abandona?”

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